Dedicado a los deportistas honrados.
Chiva tiene suerte. No sólo por tener ese enorme y majestuoso entorno natural que le rodea, sino por contar entre sus habitantes con personas con el arrojo, ilusión y capacidad de (mucho) trabajo que hacen falta para sacar adelante una carrera tan estupenda como la de este domingo 12 de diciembre. Un pueblo entero implicado, orgulloso de mostrar lo mejor que tienen ante los cientos de visitantes que ese fin de semana pululaban por sus calles y recónditos parajes.
Se trataba de una primera edición. Y las opiniones son unánimes a la hora de valorar su desarrollo. La tarde del sábado, apenas doce horas antes de iniciarse la carrera, tuvo lugar en el Ayuntamiento un pequeño pero significativo acto de presentación. Chiva debutaba en el marco de las carreras de montaña de larga distancia y en su puesta de largo poco o nada dejaron a la improvisación. Se advertía mimo en cada detalle y todo aquello que pudiera ser lo mejor y más cómodo para el corredor era el pensamiento que guiaba sus actuaciones.
Los dorsales se entregaban a la vez que la bolsa del corredor. ¡Y qué bolsa! Empezando por ser de aquellas que se pueden utilizar muchísimas veces, su contenido tenía una camiseta técnica de manga larga, un chaleco de forro polar, estuche, llavero y artículos varios, todo entre un montón de trompuderías dulces y saladas. El dorsal incluía el nombre completo de su portador, así como un muy apreciable perfil de la carrera (impreso cabeza abajo para ser leído una vez fijado a la camiseta) con los puntos kilométricos y los avituallamientos señalados. Detalles así, que cuestan poco y valen mucho, daban confianza al corredor.
64 km y 6.000 m de desnivel acumulado ya son metros... Infunden respeto. Pero si encima en el acto de presentación escuchas a corredores de élite como Salvador Calvo Redondo (llegado desde León) y Adolf Aguiló Bort hablar de sufrimiento, sufrimiento y más sufrimiento, pues la verdad es que una se va a la cama esa noche un poco más intranquila de lo que ya de por sí tocaba… Aun así, los corredores que abarrotábamos el salón de actos del Ayuntamiento, nos dábamos ánimo con nuestra presencia. Sentir que no estarás solo, darte cuenta de que tus dudas son las de otros y que a pesar de los siete picos con que amenazaba el perfil es posible compartir unas risas y un ambiente relajado entre los organizadores e invitados que presidían la mesa y el público que llenaba la sala ávido de escuchar las palabras que esa noche se pronunciaron.
Salvador y Adolf son dos corredores de montaña muy dispares entre sí. La diferencia de edad entre ellos (veterano y curtido el primero, joven y explosivo el segundo, pero fuertísimos ambos), tal vez explique los diferentes puntos de vista que manifestaron ante las preguntas del público. Me impresionaron especialmente las palabras de Salvador, que casi logra convencernos de que lo iba a pasar tan mal como el resto de nosotros. Finalmente cruzó la meta en cuarto lugar, pero aquí ha debido de afectarle, supongo, un despiste en los primeros kilómetros (aún no amanecía y corríamos con luces frontales). Aproximadamente en el minuto 25 de carrera, Salvador adelantaba desde la cola del grupo, intentado enmendar la mala dirección que sin querer había tomado. Adolf, por su parte, que también habría cometido el mismo error, se retiró tempranamente de la carrera sin que mediara ninguna lesión (hasta donde he podido saber), entendiendo, quizá, que ya no lograría un resultado satisfactorio para él. A mi entender, este gesto da mucha más valía a los 176 corredores que lo dimos todo ese día.
Domingo, por fin, a las 7 de la mañana. Aún oscuro... Imprescindible ajustarse bien los frontales para distinguir el camino y las señales. La concejala de Medio Ambiente, muy implicada en este proyecto, fue la encargada de dar la salida con su desenfadado “un, dos, tres, ¡ya!” que por un instante nos retrotraía a esas carrerillas en el patio del colegio.
Hubo que correr unos cuando kilómetros antes de pisar un terreno realmente agreste y con cierto desnivel. También hay belleza a esas horas primeras de la mañana, cuando desde cierta altitud uno puede deleitarse contemplando esa hilera de lucecillas de los frontales que avanza serpenteando en mitad del negro paisaje. Esos pequeños puntos luminosos en la distancia representan una comunidad de grandes espíritus.
Y a medida que clareaba el día, la sierra de Chiva se iba mostrando con todo su esplendor y verdor. Hizo un día con temperaturas excelentes para correr. Mínimas de 5 ºC a primera hora y máximas de18ºC. Pasos difíciles, incluso en algunos tramos hubo que habilitar cuerdas para posibilitar la subida o la bajada. Cintas blancas de plástico, líneas verdes pintadas en el asfalto para retornar a la meta callejeando por el casco urbano y disposición de luces en la segunda mitad del recorrido para guiar a los corredores que hicieran ese tramo de noche conformaban la excelente señalización a la que no se le puede objetar nada. Aquí se nota la experiencia del personal que ideó el recorrido.
Una de las experiencias más significativas y que sólo podía producirse esta vez, fue la de hollar por primera vez en varias décadas terrenos que hasta antes de esta carrera eran impracticables, ya sea porque cayeron en desuso al disminuir la actividad ganadera o porque jamás antes habían existido. Muchas manos anónimas de Chiva ayudaron a desbrozar y limpiar las sendas por las que luego pasaríamos nosotros, inaugurándolas oficialmente como “sendas para corredores”. Privilegios de participar en la primera edición…
Los dos puntos que esta prueba concedía para el UTMB despertaban un interés adicional entre corredores de larga distancia que incluso llegaron del extranjero para participar. Esto también garantizaba un cierto nivel entre los inscritos. Los tiempos de la clasificación son de reconocimiento, en ambos sexos y en todas sus categorías. No hubo accidentes de consideración y muy poquísimas deserciones a mitad de recorrido. Los últimos veinte kilómetros de esta prueba se hacen más con la mente que con las piernas…
Chiva tiene una sierra extensísima y muy abrupta en muchos tramos. Pocos paseantes íbamos a encontrar, pero aún así los que aparecían animaban con esa generosidad que tanto emociona cuando proviene de extraños. Los puestos de avituallamiento eran atentos y diligentes. El más animado, sin duda, aquél que nos recibía con música andina y ponchos y gorros de lana al más puro estilo del altiplano boliviano. Sólo les faltaba la alpaca…
Ya en el pueblo, la recepción no podía ser más cálida. Por megafonía se nos recibía a todos los corredores con la misma efusión con que se recibió al primero. Enseguida nos daban el certificado de nuestra participación y se nos invitaba a una sala en el interior para reponer fuerzas con el refrigerio preparado. Botella de vino para todos y ramo de rosas para las atalantas.
Había premios para las categorías absoluta, veteranos y locales de Chiva. El pueblo era una fiesta y todo el mundo se implicaba. Los hosteleros daban facilidades a los corredores que quisieran desayunar a las 6 de la mañana y ducharse después de la carrera y hasta la asociación local jubilados quiso estar presente preparando sin cesar unos ricos buñuelos y chocolate caliente.
Chiva tiene suerte. Y los que hemos formado parte de esta primera carrera de montaña por su sierra, también. El Ayuntamiento ya ha manifestado su ilusión en preparar la segunda edición del 2011 y como todas las crónicas sean como esta, me parece que van a tener que hacer un sorteo de inscripciones.
¡Enhorabuena a todos: clubes organizadores, regidores políticos, habitantes de Chiva y corredores!
Enlaces:
Página oficial de la carrera.
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